Por fin había terminado mi formación para poder dar clases de Educación Sexual cuando tuvimos la primera charla con un grupo chico, de previsibles risitas y ojos enormes. Ya el primer día alguien me esperaba a la salida. Justina tiene 12 y una mirada que tiembla.
-Profe usted dijo si nos tocan o nos hacen hacer esas cosas… pero mi tío sólo me mira… cada vez que me cambio. No me gusta eso.
La abracé. Caminamos juntas mientras yo deshojaba margaritas de soluciones que no cabían en un pueblo en el campo, en una casa hecha a medias, en una mamá trabajando todo el día, en un papá que no hay. No serví de nada esa tarde y fui a casa a llorar, aprendiendo por la herida la educación sexual que debía enseñar. Los días pasaban. Seguimos hablando. Ella queriendo contarlo y yo, un milagro. Su mirada se iba haciendo firme mientras le crecía la falta de culpa. Un día llegó a verme con sonrisa ancha y voz de arroyito entre las piedras.
-Hoy es mi cumple profe. Mi mamá me compró el regalo que le pedí. Mi cuarto ya tiene puerta.

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