Hernán salió del cuarto de su papá cerrando la puerta fuerte, no fue un portazo, pero tampoco no lo fue. Le dio un abrazo a su mamá por la espalda. Cuando se agachó a saludar a Julita, le vio los ojos. Siempre les habían dicho que tenían los mismos ojos. Ella le vio la mochila y puso cara de espanto. Hernán miró un poco más adentro y los ojos que vio le dijeron lo siguiente:
¿Justo ahora vas a hacer lo contrario a lo que todos hacen? Si te ibas a revelar lo hubieras hecho cuando tus amigos dibujaron en el baño esa caricatura horrible para el gordo Esteban. Si querías estar en contra de algo, podrías haberle dicho a la abuela Ñata que dejara de gritarle a la moza cuando le faltó pasarle el trapo a ese pedacito de la mesa. Si tanto necesitás hacer lo contrario, te hubieras dejado el pelo con las rastas, como querías cuando el papá te lo prohibió. Si no ibas a actuar en masa, le hubieras prohibido a Memo que manejara borracho esa noche, y las demás. Si no ibas a escuchar consejos, no hubieras dejado de juntarte con el Chato porque a la mamá le parecía un groncho, era con el que más te reías. La hubieras ayudado a Mariana a bajarse de la mesa cuando todos le pedían que se sacara la remera y la alentaban y la filmaban. Podías haber callado a los del club cuando pasaban a gritarles a las travestis, en lugar de dictarle a Lucas cosas más picantes. Y te hubieras puesto preservativo todas las veces que te lo pidieron, o las que supiste que tenías que hacerlo, o las que supiste que la mayoría de los pibes como vos no lo harían, ahí hubieras hecho lo contrario. Si salir de la casa hoy es tu acto de rebeldía, sabé que no sos más que eso que estás pensando. No sos más que eso que sentís que sos.